Camino hacia una misma

A veces, el camino hacia una misma comienza sin darnos cuenta. Empieza en una respiración, en una incomodidad, en esa necesidad casi silenciosa de estar mejor. Así empezó ella: con una búsqueda que no tenía nombre, pero sí dirección.

El yoga llegó como quien llega sin anunciarse. Primero fue movimiento, fue cuerpo. Fue la sensación de que algo cambiaba, aunque no supiera bien qué. Con el tiempo, las posturas dejaron de ser solo formas físicas. Se convirtieron en preguntas. En reflejos. En espejos de lo que vibraba adentro.

 

Momento de cambio

No fue una decisión pensada. El profesorado llegó como una curiosidad. Una necesidad de comprender qué había detrás de esa paz. Y fue entonces cuando encontró lo que no sabía que estaba buscando: la filosofía. La raíz. El sentido.

“No empecé el profesorado para enseñar. Lo hice para entender. Para entender por qué el yoga me hacía tanto bien, por qué cada vez que practicaba sentía una calma distinta, más profunda. Y después, cuando lo entendí, supe que tenía que compartirlo.”

Fue ahí donde apareció el verdadero propósito: entregar. Ofrecer eso que la sostenía. Ese equilibrio que la ayudaba a acompañarse en los momentos difíciles, en los procesos, en las transformaciones.

“Yoga no es solo unión. Es amor. Es encontrarte con vos, con tu sombra, con tu luz. Y decidir abrazarte igual. Y eso es lo que me ayudó a transformar mi vida. No es solo una disciplina física: es algo que me enseñó a cuidarme, a escucharme, a elegir.”

 

El organo que nos conecta

De a poco, el concepto de amor propio dejó de ser algo abstracto y se volvió concreto: en la forma de alimentarse, en los vínculos que elige, en las palabras que dice y escucha. En los silencios. En su piel.

“Cuidarme también fue dejar de consumir cosas que me hacen mal. Y no hablo solo de comida. Hablo de lo que escucho, lo que digo, cómo me relaciono. Y también cómo cuido mi piel, porque la piel no es solo un órgano físico: es el órgano que nos conecta con los demás. Es lo que ofrecemos, lo que tocamos, lo que sentimos. Cuidarla es una forma de honrarme y de cuidar a los otros también.”

Ahí, en esa frase, hay un universo. Porque el cuerpo no es solo un cuerpo. Es templo. Es canal. Es territorio sagrado donde se expresa todo lo que sentimos y todo lo que entregamos.

“A través del yoga entendí que mi piel, mi energía, mis gestos, mis palabras… todo habla. Todo vibra. Y si yo estoy en coherencia conmigo, si me amo y me acepto tal como soy, eso también llega al otro. Se transmite.”

Hablar con ella es escuchar a alguien que ya no busca respuestas afuera. Alguien que entendió que la transformación empieza adentro, suave, silenciosa, constante. Que el amor no es un destino, sino un camino de atención y presencia.

Hoy, ese camino se volvió propósito. El suyo es acompañar a otros en su propio proceso. Recordarles que el yoga —como la vida misma— no busca perfección, sino verdad. Y que en esa verdad hay belleza, hay calma, hay flor.